El debate sobre la solución a los problemas que como sociedad nos acucian
puede desorientar por un doble aspecto. Por un lado, porque la gente sigue
confiando, mayoritariamente, en que esa solución nos vendrá dada desde los
gobiernos por aquellos que disponen de los resortes del poder público. Tengo la
impresión que, como ciudadanos, cedemos cada vez más terreno; cada vez
emprendemos menos, tanto a nivel personal, como social o empresarial
De otro, porque aquellos, los que
nos gobiernan, siguen pensando y actuando desde paradigmas antiguos, en los
mismos modelos mentales que han provocado la situación que padecemos. No hay
conciencia de que el sistema se ha derrumbado de manera definitiva. Tenemos
millones de parados; un malestar social creciente producto de ajustes, algunos
necesarios pero en general mal aplicados; una pérdida de derechos injusta; un
sistema educativo mediocre, fábrica de seres moldeados, poco críticos, con
valores y prioridades equivocadas, a los que les resulta difícil asumir la
responsabilidad sobre su propio destino.
Los gobiernos nos mienten de manera irresponsable cuando nos quieren hacer
creer que las cosas pueden volver a ser como antes, y que tan solo aplicando medidas
de ajuste se volverá a la senda del crecimiento económico y al bienestar (?).
La inyección de recursos (que seguimos pagando todos) sirve para tapar los
agujeros de los responsables del desaguisado y apaciguar a los mercados, pero
en ningún caso llegarán a las pequeñas y medianas empresas, las auténticas
creadoras de empleo. Lo cierto es que los ciudadanos seguiremos haciendo
sacrificios sin límite, porque los políticos no tienen ni idea de cómo arreglar
esto que no es una crisis más en el
sistema, sino la crisis del sistema.
Hemos de pensar una cosa: Salir de esta situación, y el cómo salgamos, dependerá de nosotros, de
nuestra voluntad, de nuestra capacidad de asumir responsabilidad
individualmente y, sobre todo, de nuestra conciencia al afrontar este enorme
reto evolutivo.
El cambio de conciencia, que debe partir de una reflexión personal, se ha
de producir en tres niveles:
·
En un cambio
de actitud individual, conscientes y congruentes en nuestro día a día con que
formamos parte de un todo interconectado
·
En un
subsiguiente cambio estructural en las organizaciones, prestando atención al
proceso, con liderazgo distributivo y potenciando el valor de las personas.
·
En un cambio
del valor social, elevando los criterios acerca de lo que es el verdadero
éxito. Ser líder implica servicio, ir más allá de uno mismo como concepto de la
propia vida, ser capaz de iluminar a los demás construyendo sentido desde una
visión amplia de las cosas.
Estos tres estadios son fases de un mismo proceso, cuya conclusión sería
que, si cambiamos individualmente, provocamos cambios sociales. Aunque el gran
obstáculo para ello son nuestros modos de pensar, el modelo mental. Estamos
limitados por las cosas que sabemos que son verdad y, en realidad, no lo son.
Hemos de liberarnos de eso. Y sería especialmente deseable que lo hagan quienes
ostentan responsabilidades públicas.
La política ha perdido su carácter de agente de cambio, justo en un momento
cargado de paradojas. Un momento dominado por el pragmatismo, pero en camino
hacia lo trascendental; de claridad, y al mismo tiempo de misterio; de
adoración al poder, pero en el que se tiene conciencia de lo necesario de la
humildad; de feroz individualismo, aunque con cada vez más claro sentido de
interdependencia. Rechazamos y desconfiamos de la política, pero no dejamos de
pedir que sea ella la que impulse, con nuevos valores, el impulso transformador
de un sistema económico y social injusto.
Vivimos, en definitiva, un cambio de era. Este es un movimiento imparable,
y los políticos han dejado de ser la esperanza para liderarlo; dan más la
sensación de ser un lastre que nos bloquea. Su análisis fracasa por una falta
de perspectiva. No se dan cuenta que hay de fondo toda una revolución cultural,
del propio concepto de vida, que intenta decirles que hay modos y valores que
ya no valen sencillamente porque son las que nos han traído hasta aquí, y por
tanto ya no deberían formar parte de nuestra vida en términos de evolución.
Sin embargo, el reto que se nos plantea es tan grande y tan decisivo en
términos de futuro humano que no podemos abdicar de nuestra responsabilidad
individual. Hemos de aspirar a una
sociedad mejor, pero comenzando por cada uno de nosotros. Como dice Federico Mayor
Zaragoza, éste debe ser “el siglo de la gente”, y el verdadero cambio social
vendrá de la toma de conciencia individual y de la sinergia de muchos pequeños
grupos de todas partes actuando en red.
Tenemos como colectividad global muchos y grandes problemas, el paro, la
miseria, el deterioro del medio ambiente, el agua, la energía….Hay que cambiar
por completo la manera de vivir, y eso supone ponerlo todo patas arriba, dejar
de priorizar los intereses económicos para situar por encima la persona y la
naturaleza. A ver qué político es capaz de poner en marcha esa revolución,
cuando para ellos el fin último es siempre la siguiente elección.
Por eso son tan necesarias las movilizaciones como el 15M, porque sólo un
pensamiento desde fuera del sistema, alejado
de esta pantomima en que se ha convertido nuestra democracia, se atreverá a hacerlo. Aunque de
momento sean tan solo expresiones de lamento y protesta, representan la
dignidad en una sociedad adormecida y acomodada. La batalla parece desigual
frente a toda una poderosa maquinaria del sistema, pero ese grito expresa una
insatisfacción creciente, una emoción que despierta, que tarde o temprano se convertirá
en acción. No hay motor más poderoso que el dolor para la transformación. El
dolor que surge de los sueños rotos de varias generaciones, que tanto lucharon
por la democracia, por parte de quienes la han manipulado y puesto al servicio
de sus intereses.
Es importante que tengamos nuestra visión del mundo que queremos, de un
lugar mejor para todos sin exclusión. Pero quiero insistir en que lo importante
es el proceso, y para ello debemos exigir que nuestra voz se escuche para
opinar sobre aquello que es importante para nuestras vidas, que dejemos de ser
súbditos y seamos de verdad ciudadanos. Los dirigentes y el propio sistema
intentarán envolvernos con ideas y conceptos, pero eso no es más que una
artimaña para que sigamos encerrados en el marco. Lo esencial no son las
palabras, sino un proceso abierto que nos lleve a una nueva actitud y a unas
reformas imprescindibles sobre las que podamos decidir.
Yo tenía un maestro que decía que sólo
tiene convicciones aquel que no profundiza en nada. No hay mejor prueba de encontrarse
atrapado en el sistema que estar apegado a ideologías o creencias. Es hora de
reivindicar, de mojarse. Pero no para
seguir teniendo amos, cambiando a unos por otros, sino para que la gente tenga
de verdad el poder.
Que nadie más nos robe nuestros sueños; que ningún mercado usurpe nuestra
capacidad de decidir sobre aquello que es importante para nuestras vidas; que
ningún miedo nos impida brillar con nuestra propia luz.
Epicuro nos dejó una magnífica frase que dice: “Los dioses nos dan muchas sorpresas: lo esperado no se cumple, y para lo inesperado, un dios
abre la puerta”.
No tengamos dudas, algún día alguien nos abrirá esa puerta. Quizá el aleteo
de una mariposa que nos traerá un tsunami imparable de mayor humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario