Quizá sea un síntoma de que ya no soy
tan joven, pero me sucede últimamente que al pasar por una de esas calles de Mataró
escenario de mis años infantiles, me vienen a la cabeza escenas de gozo de
aquella etapa, recuerdo sueños y siento incluso mi risa alegre y contagiosa.
Cuando eso me ocurre, me detengo un
instante y analizo mi vida actual ¿Qué queda de aquella plenitud, de aquel
disfrute inocente del momento, sin que hubiera pasado ni futuro?
Es cierto que hay momentos en nuestra
vida en los que somos capaces de disfrutar de una conversación profunda en todo
su sentido, de emocionarnos con una pieza musical sublime, o de saborear
plenamente una buena comida. Pero, lamentablemente, es excepcional que sepamos estar en lo que somos. A menudo no somos
conscientes de que lo real es la vida,
y no los pensamientos sobre ella. Olvidamos lo esencial: vivir. Y con el vivir olvidamos amar, aprender, gozar. Porque vivimos en un mundo imaginario, que nos
hemos pasado la vida construyendo, y lo hemos llenado de mucho que no nos
gusta,; todo para agradar y que nos acepten. Nuestra realidad es una sombra. Y esa es la fuente de todos nuestros problemas.
Por eso es tan importante que dotemos a
nuestra vida de sentido, de propósito, dar alguna utilidad a nuestra
existencia; de forma que al echar la vista atrás al correr de los años, veamos la
“conexión de los puntos”, de la que nos hablaba Steve Jobs en su discurso de
Stanford. Hemos de asumir la
responsabilidad de nuestras vidas y cambiar. Tener una vida con significado
depende de eso.
Si somos capaces de conseguirlo seremos
de verdad poderosos. El verdadero poder es el de la congruencia, el de hacer de
cada uno de nuestros actos algo consciente.
Uno de los secretos más importantes de
la vida es centrarnos en lo que podemos
aportar, en lugar de en lo que podemos obtener. Si tenemos un ojo firmemente
fijado en la meta, sólo nos queda otro para encontrar el camino y vivir en él.
La vida es una creación constante,
y se crea en cada paso, pulgada a pulgada, como dice el personaje que interpreta
Al Pacino en esta sensacional escena que define en una metáfora perfecta como se configura de verdad la vida.
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